24 de diciembre de 2012

El pan dulce del cesante


           Usted ha entrado con toda naturalidad a una confitería, y ha encargado su pan dulce, su turrón y su vino, con la serenidad de un hombre que cumple los ritos familiares que consagran las fiestas de fin de año. Usted ha entrado con toda naturalidad; pero ¿me permite? Le voy a reproducir un diálogo, el terrible diálogo del pan dulce que estalla hoy en muchas casas.
            Protagonistas: un hombre y una mujer. Hombre flaco, mujer flaca. La mujer puede estar inclinada sobre una batea o secando platos en una cocina. El hombre podrá estar arrancándose los pelos de la barba con una "Gillette" consuetudinaria, en mangas de camisa y con la mitad de la barba afeitada y la otra mitad con barba de cinco días, escondida en la espuma de jabón.

            El diálogo patético

            La mujer: ¿Sabés? Habría que comprar pan dulce. Nunca hemos pasado una Navidad sin pan dulce.
            El hombre: Cierto. Ni el año que me rompí la pierna.
            La mujer: Ni el otro año en que estuviste enfermo de apendicitis.
            El hombre: Ni aquel año, ¿te acordás?, en que se murió el nene.
            La mujer: Ni tampoco aquel en que vos perdiste el empleo.
            El hombre: Sí, pero teníamos ahorros.
            Silencio. La mujer coloca los platos en un estante.
            El hombre se enjabona la otra mitad de la cara, donde se ha coagulado la espuma del jabón amarillo. La mujer suspira; se mira los brazos un momento, luego:
            La mujer: Habría que comprar pan dulce. Será muy triste para los nenes. Los chicos de todos los vecinos salen a la puerta con un pedazo en la mano. Y vos sabés cómo son los chicos; aunque no quieran, miran con ganas.
            El hombre (pensativo): Cierto, miran con ganas.
            La mujer: Y vos sabés cómo son los chicos..., sufren y no dicen nada...
El hombre: Es así..., pero, no hay plata..., no hay, m’ija. Maldita navaja! No corta...
            La mujer (patética, sentándose en la orilla de una silla): Esta miseria... (El hombre vuelve bruscamente la cabeza) no te lo digo porque vos tengás la culpa... no...
            El hombre (dejando la maquinita de afeitar en el quicio de la ventana): No tengo un cobre, m’ija. Fui a pie al centro. Estoy fumando puchos viejos. Maldito gobierno.
            La mujer: ¿Y Jua, no te puede prestar?
            El hombre: Le he pedido mucho.
            La mujer. ¿Y no hay nada que empeñar? (como hablando sola): ¿Por qué será esta vida así? Habría que comprar aunque fuera medio kilo de pan dulce. ¿Sabés? El pan dulce... yo no sé...Vos ves el pan dulce, y la fiesta parece menos triste. ¿Me entendés?
            El hombre: Sí, sí, ya sé.
            La mujer. Hasta las sirvientas, ¿quién?...hasta el más pobre hoy tiene pan dulce en la casa. Hoy, a mediodía, lo vi pasar a Don Pedro con su paquete. Todos pasan con un paquete... (la mujer cansada y triste, cierra los ojos evocando paisajes idos. Apoya el mentón en la palma de la mano, el codo en la rodilla, y en la frente se ahonda una arruga)
            El hombre: ¿Y cuánto cuesta el kilo?
            La mujer: Dos cincuenta. Medio kilo sería… uno y veinticinco.
            La mujer: Hay que comprarlo. Los chicos no pueden quedarse mirando cómo comen los otros, ¿sabés? (Una voluntad sorda endereza la espalda de la mujer al pensar en los hijos. Mira con energía al hombre, en ese momento es casi su enemiga. En cambio, el hombre se abolla más en su impotencia egoísta. Pero mira a la mujer y la siente grande, grande a pesar de su fealdad, de sus brazos flacos, de su cara arrugada. La mujer, a su vez, piensa: "Y éste es el hombre, ¡cuando el hombre y la mujer somos nosotras! El hombre es otra cosa sin nombre.")
            El hombre: Sí, hay que comprar el pan dulce. Un peso y veinticinco. A ver...
            La mujer (dulcificada). Tenés ese traje que está un poco arruinado.
            El hombre (tratando de salvar el traje): También hay un triciclo del pibe, que ya no lo usa casi...
            La mujer: No, el triciclo no. Además, si vendés el traje...
            El hombre: Cierto, se puede comprar, además, un poco de turrón. (Piensa: "Al fin y al cabo, también me compraré una caja de cigarrillos. No es mal negocio." Entusiasmado): Sí, hay que comprar el pan dulce. Váyase al diablo el traje. Los chicos...
            La mujer: Te darán quince pesos por el traje...
            El hombre (pensando en la caja de cigarrillos). Aunque me den diez, lo largo...
            La mujer: No. Pedí doce cincuenta, lo último. Y te comprás un kilo.
            El hombre (súbitamente avergonzado de su egoísmo): ¿Y vos?, ¿no querés nada?
            La mujer (sonriendo con sonrisa cansada). No, m’ijo. No quiero nada. Ah! Comprate cigarrillos.
            Silencio
            Luego los dos fantasmas se han quedado en silencio.
            Cada uno con los pensamientos por su lado. La mujer en su pasado; el hombre, en su futuro. La mujer, en lo que debe hacerse; el hombre en lo que puede hacer para él. Una generosidad y un egoísmo, siempre clavados de frente, siempre forcejeando en lo oscuro de su conciencia.

El pan dulce del cesante

            Diálogo de muchas casas

            Juro que en muchas casas ha reventado hoy este diálogo de penuria y de angustia; que muchas mujeres flacas han pronunciado estas palabras que he escrito, y que muchos hombres han inclinado la cabeza con el alma arañada por esta miseria de un peso y veinticinco que cuesta medio kilo de pan dulce.




17 de diciembre de 2012

De Trescientos millones


Y este desarrapado, que tiembla cuando el jefe le hace una observación, por la noche sueña que es el emperador de Bizancio.

11 de diciembre de 2012

"Vivía satisfecho de ser un escritor"

Mirta Arlt dice que se ha exagerado al retratar como un ser torturado al creador de joyas como Los siete locos y El juguete rabioso
 
En primera persona. Mirta fue docente universitaria
y periodista, y ahora escribe una biografía
sobre su padre. Foto: Emma Livingston
Hace 70 años fallecía Roberto Arlt, uno de los más destacados autores de nuestra literatura. Tenía apenas 42 años cuando murió y en esa corta vida, esa vida puerca, como alguna vez pensó en llamar a su novela emblemática, El juguete rabioso, se erigió como una voz popular de nuestra narrativa y en un virtuoso cronista-escritor que con sus aguafuertes cambió el curso del periodismo gráfico.

Su única hija, Mirta, trabaja en una propia biografía de Arlt, un autor alrededor del que se erige la fama de artista maldito y torturado. Mirta tuvo a cargo la cátedra de Literatura Inglesa en la UBA y fue una destacada periodista para publicaciones nacionales y extranjeras.

Genio y figura, su padre pensaba a través de Silvio Astier, el protagonista de El juguete rabioso: "Lo que yo quiero, es ser admirado por los demás, elogiado por los demás. ¡Qué me importa ser un perdulario! Eso no me importa. Pero esta vida mediocre. Ser olvidado cuando muera, esto sí que es horrible. ¡Ah, si mis inventos dieran resultado". Aquel anhelo hoy es un hecho y la ficción superó el deseo y se convirtió en realidad.

Está escribiendo una biografía sobre su padre. ¿Qué aspectos quiere destacar en ella? ¿Está de acuerdo con las otras biografías escritas sobre él? [El escritor en el bosque de ladrillos , de Sylvia Saítta, y Roberto Arlt, el torturado , de Raúl Larra.]

Quiero destacar la relación del hombre escritor que era mi padre con su hija, relación que abarca tres momentos: la relación personal de padre e hija, propiamente; yo, como lectora de mi padre, y luego como lectora formada en mi profesión de letras. Cada biógrafo hace su lectura y agradezco las de Saítta y las de Larra, que reflejan la formación y personalidad de cada uno en particular, informando y manifestando los aspectos que a sus criterios lo convierten en valioso.

¿Por qué se lo lee más ahora que cuando estaba vivo?

La posteridad de un escritor depende del encuentro con sus lectores. Los de mi padre se reconocen hoy en el escritor que atrapado en los límites de una clase, cuyos valores y formas rígidas se ve continuamente obligado a rechazar, los representa en la literatura. Otra causa es que mi padre fue anticipadamente ese hombre universal cuyos rechazos y reflexiones coinciden con el que, abandonado por la gracia del Dios de la cristiandad, desobedece las convenciones sociales convertidas en leyes aún vigentes en la tercera década del siglo XX y no han encontrado aún reemplazo.

¿Cuál es el mayor legado que ha dejado su padre a la literatura argentina?

Su legado es el de ser un escritor locuaz, con bastante seducción, y haber empleado un lenguaje propio que le permitió hacer con sus novelas una constante epifanía, es decir, hacer que las palabras emanen el epicentro de lo que el escritor descubre a través de personajes locutores, acosado por la angustia, de experiencias y anticipaciones existencialistas.

Hay una imagen o mito de su padre como escritor torturado, atormentado e incomprendido. ¿Qué piensa de ella?, ¿está de acuerdo?

Creo que se ha exagerado, porque mi padre vivía tan convencido de sus valores exclusivos y tan satisfecho de ser un escritor que solía repetirme, complacido por algo que acababa de imaginar: "Mirtita, tu padre es un genio".

En sus Aguafuertes aparece una mirada de escepticismo hacia la clase política, al menos eso señala la crítica. ¿Cómo imagina que interpretaría los hechos de la Argentina actual?

No me atrevo a atribuirme sus pensamientos. Aunque los imagino como anticipatorios de la segunda Revolución Francesa.

¿En qué sentido?

Se barrió con el derecho divino de los reyes. Se barrerá con lo que lo reemplaza como poder omnímodo, como aceptación de que Dios creó a los ricos en sus castillos y a los pobres a sus puertas.

¿Usted enseñó algún texto de su padre?

Cuando los militares me decretaron cesante en todas mis cátedras de Lengua y Literatura Inglesa, el rector de la UBA me ubicó como adjunta de Literatura Argentina con el Dr. Ara, y cuando llegamos de mi padre no se dio un solo texto, sino que se analizó su obra en su totalidad.

Todo texto es autobiográfico, dicen muchos autores. En ese caso, ¿qué personaje considera que se parece más a él? Muchos profesores de literatura argentina señalan puntos en común entre Silvio Astier (también aparece allí un intelectual que lo guía, que es Conrado Nalé Roxlo) y su padre.

El autor es siempre enunciador y enunciado, es decir, el que escribe y el personaje. Algunos personajes traen más sobrecarga del autor que otros. Silvio Astier es la adolescencia y primera juventud de mi padre. Erdosain trae mayor sobrecarga del autor que Espila, por ejemplo. Pero el caudal social que se manifiesta es la época, que en la novela expresa lo que la historia calla simplemente porque su ojo no lo ve, y si lo ve no sabe revivirlo, porque eso lo hace el arte.

¿Hablaba con su padre de literatura?

No. La literatura estaba presente porque era lo que manejaba mi padre desde que se levantaba. Mi padre no me hablaba específicamente de literatura ni me estimulaba para que yo escribiera. Prefería que yo fuese ingeniera industrial, porque me permitiría dejarlo morir sabiendo que yo podría ganarme la vida. Además, la literatura femenina no le resultaba de interés; "el mundo de las mujeres es muy chico", me decía.

¿Cuál es el consejo más importante que le dio?

Ser económicamente independiente [más allá de estar] casada, soltera, viuda o divorciada.

¿Le pesa llevar un apellido tan significativo para la cultura y la historia de nuestro país?

No me pesa ahora que estoy muy mayor. En realidad no he sufrido necesidades económicas, pero he tenido la suerte de trabajar con gente que no sabía de qué origen era mi apellido, como sucedió cuando daba clases de inglés y durante mi temporada de secretaria de la corresponsalía de la revista Time & Life en Buenos Aires hasta 1955.

¿Cómo era él como padre? He leído que la apoyó mucho para que siguiera sus pasos.

Como padre era un ser convencido de que mi destino glorioso se cumpliría como el de Antígona. Constantemente repetía: "Serás el báculo de tu anciano padre, Mirtita".

*Publicado en la edición impresa de La Nación de 09 de diciembre de 2012

23 de noviembre de 2012

El sistema


-No, alternada. Estábamos en la democracia, ¿no es así? Bueno, querido doctor. ¿Usted cree todavía en la democracia? Escúcheme. Cuando los norteamericanos provocaron la independencia de Panamá para apoderarse del territorio donde iban a trazar su canal, años más tarde dijo Roosevelt, en un discurso que pronunció en Berkeley, California: “Si yo hubiera sometido mis planes a los métodos conservadores (es decir, democráticos), hubiera presentado al Congreso un solemne documento oficial, probablemente de doscientas páginas, y el debate no habría terminado todavía. Pero adquirí la zona del canal y dejé al Congreso discutir mis procedimientos, y mientras el debate sigue su curso, el canal también lo sigue”. Estimado doctor, si esto no es burlarse cínicamente de los procedimientos democráticos y de la ingenuidad de los papanatas que creen en el parlamentarismo, que lo diga Dios.

-No se puede generalizar sobre un solo hecho.

-Magnífico. Usted quiere una colección de hechos que le demuestren que los Estados Unidos (nos referiremos a Estados Unidos, porque estamos en América) es el país más antidemocrático que existe. Bien… ¿Puede decirme, querido amigo, qué calificativo merece la conducta yanqui o la de los bandidos capitalistas yanquis en la América Central? Ríase, ríase usted de los bandidajes de Pancho Villa. Todos esos granujas son tiernos infantes junto a las empresas que han provocado la revolución de Panamá. Si pasamos de Panamá a México, encontramos una serie de revoluciones provocadas por la presión del señor Doheney, representante del grupo capitalista norteamericano en México. Al señor Doheney lo apoyaba el evangélico Wilson. Como los ingleses tenían intereses petrolíferos y apoyaban a Huerta, enemigo de los capitales yanquis, ¿qué hizo el gobierno? Obligar a los ingleses a retirarle su apoyo económico a Huerta. Concedió a las naves inglesas derecho de tránsito sin pago de intereses por el canal de Panamá, compraron las acciones petrolíferas inglesas y se derrotó a Huerta con una revolución que se hizo con la ayuda de Carranza, que recibió armas y dinero norteamericanos. Pasemos a Santo Domingo. Santo Domingo cae en poder del imperialismo yanqui cuando la Santo Domingo Improvement Company compra la deuda de 170 mil libras que una compañía holandesa había prestado al gobierno dominicano, con derecho a cobrar los impuestos aduaneros que garantizaban la operación. En 1905, EE.UU. se convierte en el síndico de la aduana dominiqueña, y por intermedio de Kuhn, Loeb and Company le facilitan al gobierno, que hace nombrar a su antojo, la suma de 20 millones de dólares, lo cual autoriza a los Estados Unidos a cobrar los impuestos aduaneros hasta el año 1943.

[...]

-¿Cuál es el sistema, querido doctor? El siguiente: Los bancos y empresas financieras organizan revoluciones en las cuales, prima facie, aparecen lesionados los intereses americanos. Inmediatamente se produce una intervención armada bajo cuya tutela se realizan elecciones de las que salen elegidos gobiernos que llevan el visto bueno de Norteamérica; estos gobiernos contraen deudas con los Estados Unidos, hasta que el control íntegro de la pequeña república cae en manos de los bancos. Estos Bancos, revise usted la teneduría de libros de la América Central, son siempre el City Bank, la Equitable Trust, Brown Brothers Company; en Extremo Oriente nos encontramos siempre con la firma de J. P. Morgan y Cía. Nicaragua ha sido invadida para defender los intereses de Brown Brothers Company. Cuando no es la Standard Oil es la Huasteca Petroleum Co. Vea, aquí, a un paso de nosotros, tenemos a un Estado atado de pies y manos por Estados Unidos. Me refiero a Bolivia. Bolivia, por un empréstito efectuado en el año 1922 de 32 millones de dólares, se encuentra bajo el control del gobierno de los Estados Unidos por intermedio de las empresas bancarias Stiel and Nicolaus Investment Co., Spencer Trask and City y la Equitable Trust Co. Las garantías de este empréstito son todas las entradas fiscales que tiene el gobierno, controladas por una Comisión Fiscal Permanente de tres miembros, de los cuales dos son nombrados por los bancos y un tercero por el gobierno de Bolivia.

Con los brazos cruzados sobre su blusón el Astrólogo se ha detenido frente al Abogado, y moviendo la cabelluda cabeza insiste como si el otro no lo pudiera comprender:

-¿Se da cuenta? Por treinta y dos millones de dólares. ¿Qué significa esto? Que un Ford o un Rockefeller, en cualquier momento podrían contratar un ejército mercenario que pulverizaría un estado como los nuestros.

-Es terrible lo que usted dice…

-Más terrible es la realidad… El pueblo vive sumergido en la más absoluta ignorancia. Se asusta de los millones de hombres destrozados por la última guerra, y a nadie se le ocurre hacer el cálculo de los millones de obreros, de mujeres y de niños que año tras año son destruidos por las fundiciones, los talleres, las minas, las profesiones antihigiénicas, las explotaciones de productos, las enfermedades sociales como el cáncer, la sífilis, la tuberculosis. Si se hiciera una estadística universal de todos los hombres que mueren anualmente al servicio del capitalismo…, y el capitalismo lo constituyen un millar de multimillonarios…, si se hiciera una estadística, se comprobaría que sin guerra de cañones mueren en los hospitales, cárceles y talleres, tantos hombres como en las trincheras, bajo las granadas y los gases. ¿Qué significa entonces el peligro de una dictadura militar, si esta dictadura puede provocar el resurgimiento de una fuerza colectiva destinada a terminar de una vez por todas con esa criminal realidad del capitalismo? Al contrario; lo criminal sería negarse a ayudar a los militares a que opriman al pueblo y le despierten por catálisis la conciencia revolucionaria. Más útil es un generalito déspota y loco, que un revolucionario sentimental y bien intencionado. El revolucionario haría propaganda limitada; el déspota despierta la indignación de millares de conciencias, precipitándolas hacia extremos que ellas nunca hubieran soñado.

El otro escucha con la frente abultada de atención. A momentos con la uña de una mano se limpia las de otra.

-Piense usted querido amigo, que en los tiempos de inquietud las autoridades de los gobiernos capitalistas, para justificar las iniquidades que cometen en nombre del Capital, persiguen a todos los elementos de oposición, tachándolos de comunistas y perturbadores. De tal manera, que puede establecerse como ley de sintomatología social que en los períodos de inquietud económico-política los gobiernos desvían la atención del pueblo del examen de sus actos, inventando con auxilio de la policía y demás fuerzas armadas, complots comunistas. Los periódicos, presionados por los gobiernos de anormalidad, deben responder a tal campaña de mentiras engañando a la población de los grandes centros, y presentando los sucesos de tal manera desfigurados que el elemento ingenuo de población se sienta agradecido al gobierno de haberlo librado de los que las fuerzas capitalistas denominan “peligro comunista”.



*De "EL ABOGADO Y EL ASTRÓLOGO", Los lanzallamas

21 de noviembre de 2012

Hipólita sola



Hipólita


Sobre su cabeza gira un círculo pesado. Son sus ideas. Adentro de su cabeza un círculo más pequeño rueda también, con un ligero balanceo en sus polos. Son sus sensaciones. Sensaciones e ideas giran en sentido contrario. A momentos, sobre las encías siente el movimiento de sus labios, que fruncen de impaciencia; cierra los ojos. La cama ―que conserva un soso olor de semen resecado― y el balanceo lento del círculo de sus sensaciones la sumergen en un abismo. Cuando el círculo de sensaciones se inclina, entrevé por encima de la elíptica el círculo de sus ideas. Gira también un vértigo de espesura, de recuerdo, de futuro.

31 de octubre de 2012

Trescientos millones

GALÁN: ¿Usted propone que nos engañemos y nos mintamos?

SIRVIENTA: Propongo que nos digamos verdades.


GALÁN: Tendríamos que decir enormidades. No insista.


SIRVIENTA: Dígalas.


GALÁN: ¿Las digo?


SIRVIENTA: Dígalas.


GALÁN: Bueno: me revientan todas las mujeres, empezando por usted… me revienta la forma como besan, la comedia que hacen… me revientan porque todo el placer que proporcionan no valen los taxis que uno tiene que pagar para ir de un hotel a otro… (transición) perdone, me parece que la he ofendido.


SIRVIENTA: No, pero he descubierto que usted es un cínico.


GALÁN: Es un elogio, se lo agradezco. Si, soy cínico y desvergonzado y además, me gusta serlo. En cuanto dejo de ser cínico se me oprime el corazón… me ataca el asma… ¿Ve? (respira con dificultad) Conozco los mil gestos que hay que hacer para engañar a una tonta: la sonrisa diluida, la mirada sombría, y en el fondo de mí mismo, la burla hacia la inconsistencia humana.


SIRVIENTA: ¿Qué mujeres le gustan a usted?


GALÁN: Las bien vestidas. No importa que sean feas, siempre que estén bien vestidas.
La mujer no es más que un vestido, una piel y un sombrero.

*de Trescientos millones (1932)

2 de octubre de 2012

Ventanas iluminadas

La otra noche me decía el amigo Feilberg, que es el coleccionista de las historias más raras que conozco:
-¿Usted no se ha fijado en las ventanas iluminadas a las tres de la mañana? Vea, allí tiene argumento para una nota curiosa.
Y de inmediato se internó en los recovecos de una historia que no hubiera despreciado Villiers de L'Isle Adam o Barbey de Aurevilly o el barbudo de Horacio Quiroga. Una historia magnífica relacionada con una ventana iluminada a las tres de la: mañana.
Naturalmente, pensando después en las palabras de este amigo, llegué a la conclusión de que tenía razón, y no me extrañaría que don Ramón Gómez de la Serna hubiera utilizado este argumento para una de sus geniales greguerías.
Ciertamente, no hay nada más llamativo en el cubo negro de la no-1 che que ese rectángulo de luz amarilla, situado en una altura, entre el prodigio de las chimeneas bizcas y las nubes que van pasando por encima de la ciudad, barridas como por un viento de maleficio.
¿Qué es lo que ocurre allí? ¿Cuántos crímenes se hubieran evitado si en ese momento en que la ventana se ilumina, hubiera subido a espiar ; un hombre?
¿Quiénes están allí adentro? ¿Jugadores, ladrones, suicidas, enfermos? ¿Nace o muere alguien en ese lugar?


Nacha Vollenweider
En el cubo negro de la noche, la ventana iluminada, como un ojo, vigila las azoteas y hace levantar la cabeza de los trasnochadores que de pronto se quedan mirando aquello con una curiosidad más poderosa que el cansancio.
Porque ya es la ventana de una buhardilla, una de esas ventanas de madera deshechas por el sol, ya es una ventana de hierro, cubierta de cortinados, y que entre los visillos y las persianas deja entrever unas rayas de luz. Y luego la sombra, el vigilante Ve se pasea abajo, los hombres que pasan de mal talante pensando en los líos que tendrán que solventar con sus respetables esposas, mientras que la ventana iluminada, falsa como mula bichoca, ofrece un refugio temporal, insinúa un escondite contra el aguacero de estupidez que se descarga sobre la ciudad en los tranvías retardados y crujientes.
Frecuentemente, esas piezas son parte integral de una casa de pensión, y no se reúnen en ellas ni asesinos ni suicidas, sino buenos muchachos que pasan el tiempo conversando mientras se calienta el agua para tomar mate.
Porque es curioso. Todo hombre que ha traspuesto la una de la madrugada, considera la noche tan perdida, que ya es preferible pasarla de pie, conversando con un buen amigo. Es después del café; de las rondas por los cafetines turbios. Y juntos se encaminan para la pieza, donde, fatalmente, el que no la ocupa se recostará sobre la cama del amigo, mientras que el otro, cachazudamente, le prende fuego al calentador para preparar el agua para el mate.
Y mientras que sorben, charlan. Son las charlas interminables de las tres de la madrugada, las charlas de los hombres que, sintiendo cansado el cuerpo, analizan los hechos del día con esa especie de fiebre lúcida y sin temperatura, que en la vigilia deja en las ideas una lucidez de delirio.
Y el silencio que sube desde la calle, hace más lentas, más profundas, más deseadas las palabras.
Esa es la ventana cordial, que desde la calle mira el agente de la esquina, sabiendo que los que la ocupan son dos estudiantes eternos resolviendo un problema de metafísica del amor o recordando en confidencia hechos que no se pueden embuchar toda la noche.
Hay otra ventana que es tan cordial como ésta, y es la ventana del paisaje del bar tirolés.
En todos los bares "imitación Munich" un pintor humorista y genial ha pintado unas escenas de burgos tiroleses o suizos. En todas estas escenas aparecen ciudades con tejados y torres y vigas, con calles torcidas, con faroles cuyos pedestales se retuercen como una culebra, y abrazados a ellos, fantásticos tudescos con medias verdes de turistas y un sombrerito jovial, con la indispensable pluma. Estos borrachos simpáticos, de cuyos bolsillos escapan golletes de botellas, miran con mirada lacrimosa a una señora obesa, apoyada en la ventana, cubierta de un extraordinario camisón, con cofia blanca, y que enarbola un tremendo garrote desde la altura.
La obesa señora de la ventana de las tres de la madrugada, tiene el semblante de un carnicero, mientras que su cónyuge, con las piernas de alambre retorcido en torno del farol, trata de dulcificar a la poco amable "frau".
Pero la "frau" es inexorable como un beduino. Le dará una paliza a su marido.
La ventana triste de las tres de la madrugada, es la ventana del pobre, la ventana de esos conventillos de tres pisos, y que, de pronto, al iluminarse bruscamente, lanza su resplandor en la noche como un quejido de angustia, un llamado de socorro. Sin saber por qué se adivina, tras el súbito encendimiento, a un hombre que salta de la cama despavorido, a una madre que se inclina atormentada de sueño sobre una cuna; se adivina ese inesperado dolor de muelas que ha estallado en medio del sueño y que trastornará a un pobre diablo hasta el amanecer tras de las cortinas raídas de tanto usadas.
Ventana iluminada de las tres de la madrugada. Si se pudiera escribir todo lo que se oculta tras de tus vidrios biselados o rotos, se escribiría el más angustioso poema que conoce la humanidad. Inventores, rateros, poetas, jugadores, moribundos, triunfadores que no pueden dormir de alegría. Cada ventana iluminada en la noche crecida, es una historia que aún no se ha escrito.


*Del libro En la noche: cuentos después de hora, Abelardo Castillo, Daniel Freidemberg